Antonio Urrutia de Vergara (1598-1667), el empresario más acaudalado que residió en la Ciudad de México en la primera mitad del siglo XVII, ha pasado desapercibido en la historiografía mexicana. De origen vizcaíno, muy joven cruzó el Atlántico y en la Nueva España logró amasar una muy cuantiosa fortuna. Sus casas estuvieron en donde hoy se ubica el Museo de la Economía y donde se encuentra la casa conocida como de los azulejos, que adquirió para una de sus herederas. Fue poseedor del conocido Molino del Rey, en la vecindad del bosque de Chapultepec; de la hacienda Ximilpa y del Molino de Flores, ambas propiedades en la proximidad de la ciudad de Texcoco. Tuvo también ingenios azucareros en la provincia de Michoacán. Sus operaciones comerciales rebasaron las fronteras del virreinato, ya que, a través de sus vínculos de familia y de amistad, incidió en los mercados europeos y asiáticos. Urrutia, formó parte de la generación del siglo XVII que relevó a la de los empresarios que configuraron la economía novohispana en el tránsito de fines del siglo XVI al siglo XVII.