La gran contribución de Simondon consiste en mostrar que es completamente inadecuado separar los objetos técnicos de los procesos de individuación a los que está sometido el ser humano. Estos objetos técnicos son más que el resultado de una producción en serie; ellos prolongan la realidad humana, no solamente en tanto que proyecciones funcionales o de relaciones de uso, sino incluso en sus condiciones mismas de existencia. La inserción del objeto técnico en la cultura implica la aceptación de una humanidad que él posee en su interior, más que la asignación de un estatuto otorgado desde el exterior y que permitiría clasificarlo por consideración o por deber histórico. No se trata humanizar al objeto técnico, porque ya lo está; lo que propone Simondon, al contrario, es reconocer el lugar que este objeto ocupa en el seno de la cultura. Las condiciones culturales del objeto técnico ya están contenidas en él mismo, por tal razón no se le pueden otorgar desde afuera como un valor agregado.