Hace cien años se desarrolló en Londres un pequeño gran drama. A no mucha distancia de donde se erigió el Globe Theater, donde Shakespeare estrenó gran parte de sus obras, y también enfrentando el río Támesis, pero en la orilla contraria, encarando asimismo a un público expectante, otro Julio César, Julio César Arana, barón peruano del caucho, se hacía presente ante la comisión mixta de investigación del Parlamento británico, que los sindicaba a él y a su vasta empresa -la Peruvian Amazon Company, más conocida como la Casa Arana- del holocausto de más de cuarenta mil indígenas en el distrito colombiano del Putumayo. El porqué este patricio de Loreto se había tomado la molestia de cruzar el Atlántico para responder a las inquisiciones de un tribunal que, en cualquier caso, no tenía jurisdicción sobre él, no sólo hallaba respuesta en la dimensión de las acusaciones, sino en su repercusión planetaria. El escándalo tenía igualmente
por escenario el teatro global.
Desde 1909 -cuando Walter Hardenburg, ingeniero neoyorkino que se desplazaba desde Buenaventura hasta el río Madeira brasileño, siguiendo el curso del Putumayo, sostuvo en las páginas de la revista londinense Truth haber sido rehén de los secuaces de Arana y testigo de sus crímenes-, los lectores de prensa del mundo entero, por no decir que un número considerable de cancillerías, habían concentrado su atención en lo que vino a conocerse, conforme el título de tales artículos, como "The Devil's Paradise", "El Paraíso del Diablo". Sin embargo, el alboroto propiamente dicho se hallaba en el subtítulo: "Un Congo de propiedad británica", que entonces evocaba las espeluznantes develaciones que en 1903 la misma Gran Bretaña había hecho con respecto a los desafueros, muy parecidos, perpetrados por la agencia personal del rey Leopoldo II de Bélgica contra la población nativa del Estado Libre del Congo.